Wednesday, 30 June 2010
Tuesday, 29 June 2010
Monday, 28 June 2010
Profile-Perfil
Sunday, 27 June 2010
Saturday, 26 June 2010
Friday, 25 June 2010
Thursday, 24 June 2010
Wednesday, 23 June 2010
Tuesday, 22 June 2010
Monday, 21 June 2010
Sunday, 20 June 2010
Saturday, 19 June 2010
Friday, 18 June 2010
Thursday, 17 June 2010
Wednesday, 16 June 2010
Tuesday, 15 June 2010
Monday, 14 June 2010
Saturday, 12 June 2010
La Mujer Musulmana (1935)
Hasta los nueve años de edad, aquí en Marruecos, la mujer musulmana disfruta de libertad infantil. Su vida se desarrolla como la de una criatura normal europea, le está permitido encontrarse o jugar con varones; algunas, muy escasas, concurren a la escuela árabefrancesa, pero al llegar a los diez años de edad las puertas de la calle se cierran para ella; ya no podrá salir más, ningún hombre debe verle el rostro, incluso se ocultan las criaturas a las mujeres que van de visita a la casa de los padres y hasta ocurre que en chismes de vecindad denigran la belleza de la futura mujer, dificultándose con ello la posibilidad de encontrar marido.
De allí que casi todas las mujeres que encontramos por la calle, pertenezcan a la llamada clase baja de esta sociedad medioeval. Sin medios económicos para rodearse de criadas, se ven obligadas a salir personalmente para hacer las compras.
Las otras, las hijas de la clase media y de la pequeña burguesía, permanecen rigurosamente enclaustradas hasta el día que se casan.
Matrimonio significa para la musulmana, cambiar de prisión doméstica. Algunas sufren horriblemente en là proximidad de su matrimonio con un desconocido. Una señora europea que conversa algo en árabe, me contaba que aquí en Tánger, vive la hija de un ex bajá (gobernador) de Fez: hace cinco años que se casó; su esposo la condujo en automóvil desde Fez a Tánger, llegaron de noche a ésta, y ella confiesa que no ha salido a la calle aún, y que por lo tanto ignora la estructura de la ciudad. He citado semejante caso, porque se trata de una dama de sociedad marroquí, y para que el lector comprenda que el encierro de la mujer no es un privilegio retrógrado de las clases bajas, sino de las medias y aristocráticas.
Una acomodadora del mejor cine de Tánger, el Capitol, me cuenta que al salón concurre de tanto en tanto una sola señora musulmana, casada con un empleado europeizante del correo español. Es el único caso de mujer honesta que frecuenta el cine.
El encierro es rigurosísimo. Una ex vendedora de la casa de máquinas de coser Singer, me contaba que en muchos casos, se ven obligados a transportar las máquinas a la casa de las interesadas musulmanas, porque sus esposos no les permiten concurrir a la agencia. La empresa tiene profesoras de bordado que hablan correctamente el árabe y dan lecciones a domicilio. Muchas moras pudientes ¡es notable el caso! para distraerse se dedican a trabajos de costura y bordado que intermediarias especiales colocan en los comercios al por menor.
En el hogar, marido y mujer viven separados, ellas con sus criadas, él con los suyos. La servidumbre se compone de esclavos, comprados muy pequeños en el mercado, de modo que su adhesión al amo es incondicional. I,as criadas les traen del mercado todos los cuentos que circulan por la ciudad, de que Fulana concurrió a una fiesta de la boda mal pintada, de que ha visto a Mengano, de quien se dice que se casará con la hija de Perengano, etc. A veces suben a las terrazas en las que se comunican con sus vecinas, algunas saltan las balaustradas y en estas alturas se han tramado amoríos complicados. Otras veces, concurren a los baños, y si cuentan con años, buscan aventuras, pero esto es excepcional y además peligrosísimo. La esposa es casi siempre acompañada a la calle por su madre o la madre de su marido o una matrona anciana y respetable. No es muy fácil indagar su vida psíquica. La falta de cultura las priva de elementos de lenguaje para expresar los matices que diferencian los estados de espíritu. Casi todas ellas son analfabetas. Las europeas que las tratan (son frecuentes las amistades dè musulmanas con cristianas, y a los marroquíes les enorgullece ver asistir a sus matrimonios a cristianos), tropiezan en sus preguntas no sólo con las dificultades del idioma, sino también con la pobreza de sintaxis de sus interlocutoras, originales en seres humanos casi primitivos cuya conversación sólo se refiere a partes del vestido o de la alimentación. Sería, haciendo una comparación ajustada, tratar de disertar de metafísica con una vaca, dotada, por un milagro, del don de la palabra.
Sin embargo, son inteligentes; absorben rápidamente los elementos de cultura occidental; una europea un poco pudibunda, me dice que "tienen una facilidad extraordinaria para asimilar los vicios europeos"; creo que esta reflexión es ingenua; los vicios nacen en el harén o en la soledad de estos hogares de secuestradas.
Un comerciante, hace muchos años radicado en Tánger, me asegura que las musulmanas viven rabiosas de su estado al cual no tienen miras de poner remedio en la actualidad. Ellas admiran vivísimamente a las europeas cuya existencia libre se les antoja un prodigio cósmico, monstruoso que las aterroriza y arroja en el fondo de cavilaciones inexpresables."
Corte Comercial
Tengo el orgullo de haber dibujado la tapa de este inconmesurablemente comico libro del maravilloso violinista y delirante catalan Pere Bardagí. Es una de las cosas que mas me ha hecho reir desde que le confirieron el premio Nobel de la paz a Henry Kissinger y la tragica muerte de Augusto Pinochet.
No te lo pierdas!
ISBN: 978-84-936717-7-8
Thursday, 10 June 2010
El Hombre que vio a la Partera Asesina a Barsut
"El Hombre que vio a la Partera marchaba como atontado con la greñuda cabellera alborotada. Tenía los pantalones superfluamente sostenidos por la pretina, y un trozo de camisa blanca como la punta de un pañuelo escapaba de su bragueta. Y se tapaba la boca con el puño arrojando enormes bostezos. Pero su mirada somnolienta, perdidosa, parecía ajena a su actitud de patán. Eran hermosos ojos los suyos, serios e incoherentes como los de las grandes bestias, entre los párpados pestañudos que sombreaban sus ojeras en un redondo y fino rostro de doncella. Erdosain lo miró, pero el otro pareció no verle, sumergido en su magnífica incoherencia. Luego miró embobado al Astrólogo, éste le
hizo una seña con la cabeza y después de abrirle el candado entraron los tres al establo.
Barsut se levantó de un brinco: iba a hablar. Bromberg describió una curva en el aire y un choque de cráneos contra las tablas retumbó en la cochera. En el polvo el sol alargaba un losange amarillo. Del montón informe se desprendían ronquidos sordos. Erdosain seguía con curiosidad cruel la lucha, y de pronto de la cintura de Bromberg, que estaba abultado sobre Barsut con los dos enormes brazos tensos en la sujeción de un pescuezo contra el suelo, se desprendió el pantalón, quedando con las nalgas blancas en descubierto y la camisa sobre los riñones. Y el sordo ronquido no fue ya. Hubo un instante de silencio, mientras el asesino, semidesnudo, inmóvil, oprimía más fuertemente la garganta del muerto.
Erdosain miraba, nada más."
Roberto Arlt "Los Siete Locos", 1929
Erdosain y Ergueta
"Erdosain miró repentinamente esperanzado a su extraño amigo. Luego le preguntó:
–¿Jugás siempre?
–Sí, y Jesús, por mi mucha inocencia, me ha revelado el secreto de la ruleta.
–¿Qué es eso?
–Vos no sabes... el gran secreto... una ley de sincronismo estático... Ya fui dos veces a Montevideo y gané mucho dinero, pero esta noche salimos con Hipólita para hacer saltar la banca. Y de pronto lanzó la embrollada explicación:
–Mirá, le jugás hipotéticamente una cantidad a las tres primeras bolas, una a cada docena. Si no salen tres docenas distintas se produce forzosamente el desequilibrio. Marcas, entonces, con un punto la docena salida. Para las tres bolas que siguen quedará igual la docena que marcaste. Claro está que el cero no se cuenta y que jugás a las docenas en series de tres bolas. Aumentas entonces una unidad en la docena que no tiene alguna cruz, disminuís en una, quiero decir, en dos unidades la docena que tiene tres cruces, y esta sola base te permite deducir la unidad menor que las mayores y se juega la diferencia a la docena o a las docenas que resulten.
Erdosain no había entendido. Contenía su deseo de reír a medida que su esperanza crecía, pues era indudable que Ergueta estaba loco. Por eso replicó:
–Jesús sabe revelar esos secretos a los que tienen el alma llena de santidad."
"Un Hombre Extraño" Los Siete Locos (Roberto Arlt, 1929)
Wednesday, 9 June 2010
Semana Santa en Sevilla, 1936
Tuesday, 8 June 2010
El Barrio De Los Genios
Monday, 7 June 2010
Semana Santa en Sevilla
"Cada treinta metros, el paso se detiene, los hombres se inclinan sobre sus rodillas, el paramento reposa sobre sus pies naturales y los tapices se entreabren.
Asoma el rostro de los bueyes humanos, con la cabeza A semejanza de sarracenos, envuelta en un turbante de toallas. El sudor corre por sus rostros. Servidores de la cofradía, que siguen el "paso", les ofrecen jarros de vino y cuencos de chocolate.
El trabajo es terrible y penoso. Cada hombre lleva cargado sobre la nuca cien kilos y a veces más. Algunos se desmayan, otros suelen ser retirados, derramando sangre por los oídos. Cada uno cobra cuarenta pesetas diarias, por esta crucificación laica."
"Aguafuertes Españolas" Roberto Arlt, 1935
Saturday, 5 June 2010
"Ven Mi Ama Zobeida Quiere Hablarte"
Piter se encontró en una habitación esterillada, el suelo alfombrado cubierto de almohadones. Pequeñas mesitas laqueadas de rojo ponían al alcance de la mano chucherías de bronce. El aire aromatizaba simultáneamente a sándalo, a jazmín, a incienso y azahar. Piter se sentía embriagado de una esencia misteriosa más sutil, que parecía flotar permanentemente bajo el volumen de los olores inmediatos. Espingardas de cañones niquelados y culatas con incrustaciones de nácar adornaban las panoplias de los muros. Zobeida le mostró un cojín y Piter se sentó al mismo tiempo que ella. La muchacha cogió un estuche de plata y le ofreció un bombón.
-¿Tú eres el médico que envenenó a su mujer?
-¿Quién te ha dicho esa mentira? -replicó con suavidad Piter.
Zobeida sonrió. Lo examinaba con tremenda confianza.
-Eres hermoso como la buena suerte. ¿Te gustan las piedras preciosas?
Tomó un cofrecillo de marfil, hizo girar la llavecita, levantó la tapa. En un fondo aterciopelado centelleaban pequeños cristales azules, gemas de biseles amarillos, poliedros de agua.
Piter, completamente desinteresado del cofrecillo, pues no entendía de piedras preciosas, lo apartó suavemente.
-¿En qué puedo servirte?
Zobeida dejó la arqueta y con aquella inmensa intimidad que emanaba de su modo de ser, como si hiciera mucho tiempo que lo conociera a Piter y no dudara de su discreción en los tratos, dijo:
-Necesito un veneno bondadoso como una enfermedad.
-¿Qué harás con él?
-Dárselo a beber a mi marido.
-¿No te agrada tu marido?
-No”.
La factoría de Farjalla Bill Alí
Friday, 4 June 2010
Aguafuerte Porteña (Roberto Arlt, Diario El Mundo)
Esto lo escribiría Paul Morand; pero pensando seriamente, se comprende por qué la plaza es el último apeadero del desdichado. Su aridez, lo desamparado de ella, el espectáculo de los desechos humanos que se adormilan en los bancos, todo contribuye a exasperar el delirio de un hombre que se siente en la mala.
Y recuerdo que me contó un amigo que pensaba matarse, y posiblemente lo hubiera hecho, una mañana que llegó a Plaza Once. Cavilaba que era inevitable morir, que con matarse resolvería de golpe un innumerable montón de angustias que hacía tiempo le acosaban. Se sentó en un banco y se quedó allí como atontado. Estaba fatigadísimo, pues había caminado muchas cuadras. Y de pronto, comprendió que tenía la voluntad de matarse. La plaza se le figuraba una especie de infierno donde envejecería de continuo, atravesando por sucesivas y más amargas decadencias. Y, decepcionado de todo, dejó caer la cabeza sobre el respaldar. Cuánto tiempo estuvo así, no recordaba. De pronto, sintió un picotazo en las sienes: era un pájaro que se había detenido sobre él.
Este hecho insignificante le salvó. Como quien escapa de un tembladeral donde cada vez más se hunde, él huyó de la plaza. No pensaba ya en matarse. Había que vivir; vivir de cualquier forma. Pero la plaza quedó en su entendimiento grabada como el más abominable lugar de sufrimiento que hay sobre la tierra. Se le quedó allí, en el corazón, como un pedazo de desierto encastrado en la ciudad. El que penetra a él, si no es fuerte, se abandona y se pierde.
Thursday, 3 June 2010
Judas Iscariote (Capitulo IV de "El Juguete Rabioso")
"Bajo la capota del carro, el Rengo improvisaba estupendas poltronas con bolsas y cajones. Sabíase dónde estaba porque bajo el arco del toldo se escapaban nubes de humo. Para entretenerse, el Rengo cogía el mango de un látigo como si fuera una guitarra, entornaba los ojos, chupaba con más energía el cigarrillo y con voz arrastrada, a momentos hinchada de coraje, en otros doliente de voluptuosidad, cantaba:
Tengo un bulín más, "sofica"
que da las once antes de hora
y que yo se lo alquilé;
y que yo se lo alquilé
para que afile ella sola.
Con el sombrero sobre la oreja, el cigarro humeándole bajo las narices, y la camiseta entreabierta sobre el pecho tostado, el Rengo parecía un ladrón, y a veces solía decirme: —¿No es cierto, che, Rubio, que tengo pinta de "chorro"?....
Tuesday, 1 June 2010
El Señor Naidath y el Arpa.
"Maximito, origen de tantas desaveniencias, era un badulaque de veintiocho años, que se avergonzaba de ser judío y tener la profesión de pintor.
Para disimular su condición de obrero, vestía como un señor, gastaba lentes y de noche antes de acostarse se untaba las manos con glicerina.
De sus barrabasadas yo conocía algunas sabrosísimas.
Cierta vez cobró clandestinamente un dinero debitado por un hostelero a su padre. Tendría entonces veinte años y sintiéndose con aptitudes de músico, invirtió el importe en un arpa magnífica y dorada. Maximito explicó, por sugerencia de su madre, que había ganado unos pesos con un quinto de lotería, y el señor Naidath no dijo nada, pero escamado miró de reojo el arpa, y los culpables temblaron como en el paraíso Adán y Eva cuando los observó Jehová.
Pasaron los días. En tanto, Maximito tañía el arpa y la vieja judía se regocijaba. Estas cosas suelen suceder. La señora Rebeca decía a sus amistades que Maximito tenía grandes condiciones de arpista, y la gente, después de admirar el arpa en un rincón del comedor, decía que sí.
Sin embargo, a pesar de su generosidad, el señor Josías era un hombre prudente ciertas veces y pronto se hizo cargo por qué trapacería era dueño del arpa el magnánimo Maximito.
En esta circunstancia, el señor Naidath, que tenía una fuerza espantosa, estuvo a la altura de las circunstancias, y como recomienda el salmista, habló poco y obró mucho.
Era sábado, pero al señor Josías, importábale un ardite el precepto mosaico, a vía de prólogo sacudió dos puntapiés al trasero de su mujer, cogió a Maximito del cuello y después de quitarle el polvo lo condujo a la puerta de calle, y a los vecinos que en mangas de camisa se divertían inmensamente con el barullo, desde la ventana del comedor les arrojó el arpa a las cabezas.
Esto ameniza la vida, y por eso la gente decía del judío:
—¡Ah!, el señor Naidath... es una buena persona."
El Juguete Rabioso, Roberto Arlt, 1926
MAD TOY by Roberto Arlt, Michele McKay Aynesworth (Trans ...MAD TOY by Roberto Arlt, Michele McKay Aynesworth (Trans) ISBN : 9780822329114 books from Pickabook. |
El Gaseado
La persona que lo llama insiste en su propósito de querer despertarlo mediante suaves toques en la espalda. Erdosain entreabre lentísimamente los párpados. De esa manera puede espiar sin demostrar que se encuentra despierto.
Permanece inmóvil, aunque no puede menos de sorprenderse. Su visitante se ha detenido a la orilla de la cama, y desde allí lo contempla, tiesos los brazos cruzados sobre el triple correaje que cruza su capote. Lo extraordinario del caso es que el desconocido viste el traje de las trincheras. Se cubre con un casco de acero y lleva el rostro protegido por una máscara contra gases. Erdosain no puede establecer a qué modelo de guerra corresponde la máscara.
Esta consiste en un embudo negro con dos discos de vidrio frente a los ojos. El vértice del embudo termina en un pequeño cilindro horizontal, de aluminio, con tornillos laterales. De allí parten dos tubos de goma anillados, que penetran en una cartera suspendida sobre el pecho por un triple correaje, que pasando por las espaldas se empestilla en las axilas. La careta da al desconocido la singular apariencia de un hombre con cabeza de oso. Ahora Erdosain levanta la cabeza y, apoyando el cuerpo sobre los dos codos, examina el capote en que se calafatea su visitante, impermeabilizado a los gases por un baño de aceite. El capotón es tan inmenso, que su ruedo roza los talones de unos botines increíblemente deformados y cubiertos de fango endurecido. Remo menea la cabeza, no del todo convencido, y murmura:
—¿Por qué no se quita la careta? Aquí no hay gases."
Los Lanzallamas, Roberto Arlt, 1931